Por un teatro molesto

Los que trabajamos en el teatro seguramente lo encontramos maravilloso, tal vez el público un poco menos. Como teatrante siento un poco de celos del fútbol, en ese deporte me parece que el público a menudo se apasiona más que los mismos jugadores. En el caso del teatro muchas veces son los actores que se apasionan, dejando al público indiferente.

Me imagino una hinchada para el teatro, con otro estilo claro, pero con la misma pasión fanática que sienten los seguidores del deporte más popular del mundo. Pero no, esto no se da. ¿Será que no se da porque el teatro es incómodo? No que una tribuna sea más cómoda que una platea, pero incómodo en el sentido de que el público normalmente no se siente relajado, no puede gritar, ni siquiera hablar, ni saltar, ni comer o beber, no puede descargar su adrenalina de otra forma que el aplauso final, alguna risa que no tiene que estar fuera de tiempo o demasiado ruidosa, tiene que estar quieto y en silencio, al oscuro, anónimo. A mi no es eso lo que me molesta, me gusta estar sin hacer nada y recibiendo emociones, ideas, imágenes, no me siento incómodo cuando me pasa algo… el problema es cuando “no pasa nada”, no llega nada. Entonces sufro. También entiendo que se padezca cuando se paga para escuchar a alguien que nos habla de cosas que ya sabemos, a veces cosas que hemos visto o sentido en la televisión, medio de incomunicación que al menos sigue siendo más cómodo y económico. Entonces deduzco que la gente prefiera pasar el tiempo, abandonarse, diluirse en la nada delante de la televisión, que pagar para escuchar a alguien que se siente con derecho a explicarnos como son las cosas, como funciona la vida, escuchar a un pedante o a un grupo de pedantes que creen saber algo que el resto de los humanos no saben. Además de ser incómodo puede ser fastidioso y uno se siente defraudado.

No es solo ironía, confieso simplemente que esta es en parte mi imagen del teatro, al menos hoy lo descubro en buena parte como algo superfluo, pedante e incómodo, desagradablemente incomodo.

Inevitablemente existe otro tipo de teatro en el que el público disfruta de un modo más ingenuo o despreocupado, de ellos siento un cierto resentimiento. También celos. Celos porque pueden gozar más que yo de un arte que supongo amo más que ellos. Tal vez son personas que van poco al teatro, que tienen otras ocupaciones y por lo tanto, no tienen porque pasarse todo el tiempo intentando entender su sentido o intentando descubrir nuevas formas para no perder el poco sentido de ser que le queda. O porque no quieren ser incomodados en el lugar en donde concurren para estar cómodos. Quieren - justamente - divertirse o simplemente confirmar las cosas que ya saben, van a teatros cómodos que no incomodan. Un poco como si el teatro fuese un televisor, solo que en vivo. Un público devoto. Peligroso. Peligroso porque como todo devoto no mete ni se mete en discusión, consume y basta. Es que yo no amo todo el teatro y todo el público. Amo esta profesión, pero existe un cierto tipo de público, con su correspondiente teatro, que siento lejano, más lejano que el omnipotente fútbol con toda su hinchada.

Me gustaría sufrir menos cuando me toca ver el espectáculo equivocado, no puedo simplemente relajarme y dormir, o pensar en otra cosa. Sufro. No quiero dar la imagen de sentirme fuera del problema, desgraciadamente muchas veces sufro con mis propios espectáculos. Creo que tiene más que ver con la frustración de un teatrante que percibe como este arte maravilloso no encuentra su espacio. Porque los espacios están ocupados y para entrar, para intentar una sobre vivencia -que se transforma en suicidio – el teatro se camufla de lo que no es: algo de consumir cómodamente. Teatro – shoping, televisión – teatro, teatro – televisión, teatro - pasatiempo, teatro que pierde su lenguaje y su sentido.

Así y todo insisto, siempre que puedo asisto a todo tipo de espectáculos, no porque es mi trabajo, algunos colegas no van jamás a ver otros trabajos que no sean los propios, tal vez tengan razón, podría hacerlo yo también y así ahorrarme la molestia. Pero no, yo voy cada vez que puedo simplemente por un antiguo sentimiento de añoranza. Es que cuando se vivió una vez la emoción que este arte puede ofrecer, es difícil renunciar a ella, aún cuando sean más las decepciones que provoca que esos momentos de vida intensa que por ejemplo el fútbol produce con más facilidad. ¿Porqué?

El fútbol, a pesar de todos sus males, sigue siendo juego, rito, cuerpo en acción, a veces es danza. El teatro también, o al menos lo puede ser, cuando es juego, rito, cuerpo/danza/acción, entonces me reconozco en él. Me reconozco y vibro cuando el teatro se realiza en esa presencia física, en esa relación entre el jugador/actor y yo/público, cuando en el espacio - como en un estadio - aparece una vibración que lo envuelve todo, donde el público es parte del juego porque de algún modo danza con/en el juego, logra comunicar físicamente con/en el actor – bailarín, porque este actor a su vez hace pasar por su propio cuerpo lo que está haciendo, no lo muestra, es en la acción, el actor y la acción son la misma cosa, como un jugador que no puede mostrar el juego, imposible, juega, él mismo es el juego y por eso la hinchada juega con él. Entonces sí que gusto de participar de/en ese rito donde ser espectador no es ser un devoto participante en una religión pagana, ni camarada/correligionario/compañero en una reunión política, ni alumno en una escuela sin títulos, sino que es un lugar en el cual a través del otro me reencuentro conmigo y con “los otros”. Juego – rito –danza.

El teatro es un lugar de encuentro, - esta es una obviedad que muchas veces olvidamos - no nos encontramos en él para hacer ni gritar goles, nos encontramos para ser más concientes de nosotros mismos. Comunicando realizamos la conciencia de nuestras materias, que es eso lo que somos; materias concientes de si mismas, esos somos los seres humanos; cuerpos concientes de si mismos, como el resto de los animales, solo que nosotros a diferencia de los otros animales nos podemos también narrar, representar y podemos narrar y representar el mundo, el universo que nos habita y habitamos. Nuestra materia conciente hace posible que el mundo tenga la palabra que lo define. Imaginen el mundo sin el ser humano, ¿quién cantaría su poesía?, ¿quién danzaría su belleza?, ¿quién relataría los conflictos que nosotros mismos le producimos, nos producimos? Claro que este estado de conciencia puede provocar incomodidad.

Esa conciencia en acción, esa materia vivida y cantada que los humanos somos, al mismo tiempo pensante y emocional, creativo y destructivo; en el rito/juego del teatro tiene la posibilidad de conocerse, de tomarse un tiempo para reconocerse – tarea que en algunos casos fastidia.

Los seres humanos somos como dioses defectuosos y sin poderes extraordinarios, dioses mortales y sumamente vulnerables, que tenemos entre otras cosas al teatro, como espacio para convivir jugando/vibrando nuestra conciencia de ser. Más o menos como con el fútbol, pero algo más incómodo.

Estoy en Brasil, todo el mundo sabe que el fútbol aquí es muy importante, pocos saben que el teatro también lo es. No tiene la tradición milenaria que tiene en Europa, pero aquí la búsqueda del lenguaje - o de los lenguajes – es vigente, es sorprendente la vitalidad de las artes representativas en este país, como en tantos otros de Latinoamérica, en donde las artes se contaminan entre si y con el mundo que los contiene, se enriquecen reproduciéndose y recreándose en formas y contenidos. No es un paraíso, eso simplemente no existe, de todas maneras son varias las situaciones en donde los artistas y el público encuentran la posibilidad de “recrear” el teatro, de vivirlo como arte con sus propios valores, no solo un teatro cómodo de consumir – que también aquí se lleva la mayor tajada – sino que también el teatro incómodo tiene un espacio. Es un espacio pequeño, pero que contiene un gran proyecto.

Es que aquí mal o bien existe un intento de política cultural, cosa que por ejemplo Italia - país en el que vivo - con toda su tradición, hoy no tiene. Brasil tiene una política cultural con grandes defectos, pero que deja un margen de maniobra, que permite trabajar a algunas artistas que creen que la cultura tiene un valor en si misma, el valor de procurar conciencia y consistencia a una comunidad. No se parte solo de una idea de cultura que tiende a reafirmar valores discutibles e identidades envejecidas. Me da la impresión que ese vicio europeo de transformar todo en museo por aquí es menos vigente; la cultura aquí se recrea, no se momifica. Insisto, no hablo de toda la realidad del Brasil, solo de un pequeño y muy vulnerable fragmento de esa realidad. Un pequeñísimo espacio en donde la política y la cultura dialogan.

No se sabe cuanto va a durar, pero por ahora y por esta parte del mundo, al menos en una mínima parte, el teatro y muchos artistas pelean para aprovechar una posibilidad, la de lograr una política cultural que no quiere decir cultura en manos de los políticos, sino que quiere decir conquistar, abrir y fomentar espacios para que la cultura se regenere en manos de quienes la cultura pertenece; la gente.

En Europa, al menos en Italia, los artistas estamos algo distraídos.

Los artistas saben que se crea y se sobrevive sin o a pesar de las políticas culturales. Para un artista europeo es natural desconfiar de ellas porque sabemos del daño que esas políticas han hecho y hacen a la cultura, al arte y a la comunidad. Pero esto no justifica que nos confrontemos con ellas en modo tan ingenuo -¿o inconsciente? Claro que es difícil maniobrar cuando las estrategias culturales hablan más del turismo, de la recuperación de patrimonios, de la industria del espectáculo - entre otras astucias de mercado y de la conservación -, que de valores que hacen a los modos de hacer y pensar que tiene una determinada comunidad y sus posibilidades de superación, que sería en realidad las principal función de la cultura y las de sus formas de expresión: el arte en general y el teatro en particular.

Sé que las comparaciones son odiosas, pero ya que desde hace años estoy viajando entre el “viejo y el nuevo mundo”, es natural que piense en diferencias, cualidades y defectos, causas y efectos. No soy demasiado inocente y sé que estoy disfrutando de un pequeño espacio que algunos artistas conquistaron. Conquistaron. Por aquí existen muchas mas excepciones a esa tendencia tan generalizada en Italia, de los artistas aceptando lo que los políticos deciden, además de tener Brasil, por ahora, un gobierno que dialoga algo más con ellos, o al menos que no los ignora tanto.

Estando en Brasil veo algo distinto, algo que parece haber olvidado Europa. Es un fenómeno nuevo en algunos países de este continente que por años sufrió una feroz represión cultural – y no solo cultural– y hoy hace lo que alguna vez Europa hizo y necesitaría rehacer: renacer.

En algunos países de Latinoamérica no se está pensando solo en la cultura para defender identidades, aquí en buena parte además se la piensa y practica para recrearlas, reinventarlas, descubrirlas y redescubrirlas.

Es cierto que también se usa para fomentar el turismo, pero al menos mostrando muchas veces lo nuevo; es raro ver que desfilen con vestuarios apolillados, bailando y cantando músicas que ya nadie baila ni canta. No se hace una política cultural solo mirando el pasado para conservar – que si no fuese excluyente sería creíble -, se la hace asimismo y sobretodo asumiendo el presente, tal vez para crear un sueño, para realizar lo que en Europa parece una utopía: mejorar el futuro.

Mientras Europa quiere conservar su presente privilegiado porque teme el futuro, Latinoamérica sueña un futuro mejor simplemente porque vive un presente brutal.

No sé si este tímido proyecto de una posible política cultural en Brasil y en otros países de este continente llegue a madurar, se sabe que es más fácil que Europa influencie a Latinoamérica que el contrario, pero mientras el experimento dure podemos intentar superar esa visión del teatro que se adapta a la realidad, para recuperar el valor del teatro como arte capaz de transformarla. Al menos recuperar esa sana capacidad de molestar que los propios artistas estamos perdiendo.

Sé que algunos colegas sentirán estas líneas como injustas. Muchos amigos de Brasil no entenderán que es lo que encuentro de tan positivo en la política cultural de este país. Les pido disculpas pero es que en Italia es mucho peor y estoy pensando que rebuscadas y forzadas comparaciones tal vez puedan ayudar.

También algunos teatrantes italianos se sentirán agredidos porque trabajan en condiciones absurdas para encontrar modos de sobrevivir y de molestar saludablemente. Tal vez nos podamos dar una mano si confrontamos las realidades permitiendo que los múltiples esfuerzos den mejores resultados.

Pido a todos que entiendan que esto es un intento de formular algunas impresiones, quizás injustas para muchos y no correctamente documentadas. Pero estas líneas, además de ser un desahogo, son una tentativa de dialogo – o discusión.

No creo ser el único que está intentando encontrar de valorizar el teatro como posibilidad…

o al menos de encontrar la posibilidad de valorizar el teatro que molesta.

Norberto Presta

norby53@hotmail.com

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